Vinicius y el racismo vuelven al escenario principal de la opinión pública. El jugador del Real Madrid aprovechó este parón de selecciones para hablar con la prensa de su país. Sus declaraciones son claras y están al alcance de cualquiera que quiera escucharlas.

Dijo amar al Real Madrid, tener en la capital de España las mejores condiciones para vivir con su familia, sentir que la mayoría de la sociedad española no es racista, pero se mantiene en que un pequeño grupo le hace difícil el hecho de jugar al fútbol por los insultos que recibe por el color de su piel.

Discurso tan impecable como verídico. Hasta aquí poco debate. Y es que es inapelable que lo que le ha tocado vivir a Vinicius en los campos de nuestra liga no tiene parangón con ningún otro caso y debe abochornarnos y responsabilizarnos para poder cambiar este clima hostil entre todos.

En lo que no puedo estar de acuerdo con Vinicius y me parece absolutamente injusto es con la medida de castigo a proponer en la que el todo pierde con la parte. Lo de los justos y pecadores. ¿Hay grupos ultras en nuestro fútbol? Sí. ¿Por ese pequeño tanto por ciento merece ser penalizada el resto de la afición española? Claramente no.

Me pregunto, además: ¿Hay racismo en la sociedad brasileña donde las élites blancas siguen gozando de mayores privilegios que las mayorías de raza negra? Claramente sí. ¿Por qué motivo, entonces, no se plantea dejar su selección? ¿Conoce la sociedad marroquí que va a coorganizar ese Mundial de 2030 que pone en entredicho? ¿Y el mundo árabe con el que coquetea gracias a una presunta oferta casi milmillonaria? ¿Acaso son mejores lugares para vivir en igualdad que en España?

Está claro que el mundo no es un lugar perfecto. Hay racismo y también homofobia, sexismo, machismo y cualquier otro tipo de desigualdad en todas partes, por eso apuntar siempre a España hace que el tiro esté equivocado.

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