• El polvo de mi vida.

  • Aug 10 2024
  • Duración: 6 m
  • Podcast

  • Resumen

  • Mi amigo César y yo, tenemos una relación de amistad desde que éramos casi niños. Siempre hemos ido juntos, lo hemos compartido todo. Cuando me bajó la primera regla, allí estaba él, cuando no sabía afeitarse, ahí estaba yo. Cuando nos daban calabazas, siempre estábamos para recoger los cachitos de nuestros corazones… No puedo imaginar mi vida sin él, pues, ha estado en cada momento de mi vida igual que yo en la suya, y me siento tremendamente orgullosa de ello. Sin embargo, por capricho del destino, o bien, que la vida nos tenía otra propuesta, siempre estuvimos juntos, y siempre separados. Cuando me casé, él ejerció de padrino. Yo, fui la madrina de su único hijo. Esa fue nuestra vida, hasta que un día, treinta años después, algo cambió. A mi se me había estropeado el coche al salir del trabajo, somos vecinos, como era de esperar y le llamé pues no tenía a nadie en ese momento. La grúa se había llevado mi coche, y yo tenía que volver a casa. César no tardó en llegar. Me preguntó que había pasado, yo, le expliqué. El, debía ir a un pueblo cercano a recoger unos libros, le dije que le acompañaba, así, pues hablábamos de nuestras cosas y así hicimos. Recogimos los libros y nos tomamos unas tapas en un bar cercano. Serían cerca de las 5 de la tarde, había que volver, pero aquel día estaba tan a gusto con él, que lo cierto es que no me apetecía en absoluto. Como en los viejos tiempos, charlando hasta el amanecer. Cogimos el coche y fuimos a dar una vuelta, una pequeña ruta por las aldeas vecinas. Hacía una tarde maravillosa, la verdad, César, estaba especialmente guapo ese día, al menos, era lo que me parecía. Bueno, siempre me había parecido tremendamente guapo, la verdad. Se lo dije, él sonrió, me devolvió el cumplido y yo, guardé silencio. Hasta que hice la gran pregunta: César, ¿Cómo es que tú y yo nunca lo hemos hecho? Hecho, ¿el qué?- En mi mirada vio la respuesta.- ¡Ah!, eso…- Se sonrojó.- bueno, somos amigos, Supongo que por eso. ¿Nunca has pensado en mi de otra manera?- Él, volvió a mirarme.- Vamos, dime, no seas malo. Bueno, pues si, la verdad. ¿A que vienen tantas preguntas, loca? Pues porque de repente, me apetece hacerlo mucho contigo, pienso que deberíamos probar. ¡no digas tonterías!, probar dice… No me juegues con eso no te vayas a arrepentir. No estoy jugando, te lo digo muy en serio.- El me miró, y de pronto, salió de la carretera entrando en un pinar muy frondoso. Encontró un sitio entre dos árboles donde poder dejar el coche. Aparcó, paró el motor y me dijo. ¿Aún quiere hacerlo?- Yo, en contestación, me quité las bragas y las colgué en el espejo retrovisor. Estaba bastante cachonda, la verdad, hacerlo con César era una fantasía que iba a cumplirse. ¿Y tu quieres hacerlo conmigo?- le pregunté. – Me miró como nunca lo había hecho y me besó muy, pero que muy bien. Yo, pasé mis brazos por encima de su cuello, abrazándole y devolviéndole el beso. César aprovechó para desabrocharme blusa y pasar las manos por la espalda en busca del sujetador. me libró de él y se separó un poco para mirarme. Luego, agarró mis pechos con ambas manos y los masajeó, llevándoselos a la boca. Succionó muy bien un pezón y lo mordisqueó con maestría. Yo buscaba su cinturón para dejar libre su verga que ya no podía estar más escondida bajo ellos. Me separé de él una vez desabrochado. Recliné a tope mi asiento hasta quedar casi tumbada. Me puse cómoda. César, se bajó un poco los pantalones, antes, metió la mano entre mis piernas, para comprobar mi deseo, supongo. Al notarlo, se vino sobre mí, abriendo mis piernas con las suyas. Yo tenía como única ropa, la falda enrollada en mi cintura. El aun tenía la ropa puesta y no me importa, mientras él me cubre y hunde su cabeza en mi escote, yo, meto mis manos bajo su camiseta, llego hasta sus hombros, acaricio su espalda. César me besa en el cuello, encuentra ese rincón en él que me excita tanto. Intento librarle del pantalón, sus besos, su olor, él sobre mi… me tiene de manera desconcertante, muy excitada. Él, se libra de sus pantalones, me susurra al oído que va hacerme suya, eso aún me enciende más y entonces le sentí: Al principio sentí su polla buscando la entrada, pero luego, la noté como entró de una sola embestida muy despacio. Notando todo su esplendor hasta mí ultimo rincón. Una vez llena de él, paró y me besó apasionadamente, volviendo a retroceder y a entrar de igual manera. Jamás sentí algo parecido. Subí mis piernas y le abracé con ellas. Me agarré a su culo haciéndole que entrara una y otra vez dentro de mí. Yo tenía los ojos cerrados y mil sensaciones, en ese momento no pensé que era mi mejor amigo sino que estaba disfrutando del mejor polvo de mi vida. El entraba y salía una y otra vez, sin prisas, haciéndome sentir en cada embestida todo su poderío. Yo me mordía los labios, le traía hacia mi boca ...
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