• La Derrota de Satanás (cuento de Oswald J. Smith)

  • Jul 14 2023
  • Duración: 23 m
  • Podcast

La Derrota de Satanás (cuento de Oswald J. Smith)  Por  arte de portada

La Derrota de Satanás (cuento de Oswald J. Smith)

  • Resumen

  • Audiocuento: La Derrota de Satanás Primer capítulo del libro Pasión por las almas de Oswald J. Smith. Escrito en 1950: Título original, The Passion for Souls, Oswald J. Smith, editado por Marshall, Morgan & Scott, Londres, 128 pp. LA DERROTA DE SATANÁS —Bien, ¿qué noticias hay? —preguntó Satanás, levantando la cabeza con una expresión de interrogación en su rostro. —Espléndidas, las mejores posibles —respondió el príncipe de los demonios de Alaska, quien acababa de entrar. —¿Ha oído ya alguno de los esquimales? —preguntó el jefe con ansias, fijando la vista en el ángel caído. —Ni uno —contestó el príncipe haciendo una reverencia—. ¡Ni uno solo! Yo me cuidé en ese sentido —continuó como si se gloriase de una reciente victoria. —¿Hubo algún intento? —preguntó su Señor en tono autoritario—. ¿Ha hecho alguien la tentativa de entrar? —Por cierto que sí, pero sus esfuerzos fueron frustrados antes de que pudieran aprender una palabra del idioma —respondió el príncipe con una nota de triunfo en su voz. —¿Cómo fue? Cuénteme todo —Satanás ya prestaba mucha atención. —Bien —comenzó el príncipe—. Me hallaba en mis dominios, habiendo llegado bien dentro del Círculo Ártico, con el propósito de visitar a una de las tribus más aisladas, cuando de repente me quedé asombrado al oír que se hallaban en camino hacia allí, desde el otro lado del mar, dos misioneros que ya habían desembarcado y que con sus trineos y perros se encontraban en el corazón de mi reino, Alaska, y se dirigían, hacía una numerosa tribu de esquimales, justamente dentro del Círculo Ártico. —¿Ah sí? ¿Y qué hizo? —interrumpió Satanás, impaciente por oír el final del relato. —Ante todo, llamé a las huestes de las tinieblas que obran bajo mis órdenes y tuve con ellas una reunión. Se hicieron muchas sugerencias, pero finalmente nos pusimos de acuerdo en que lo más fácil era hacerlos morir congelados. Sabiendo que aquel día partían hacia la distante tribu y que probablemente necesitarían todo un mes para cruzar las extensiones de los campos helados que los separaban de ella, enseguida empezamos las operaciones. Con corazones ardientes para anunciar su mensaje comenzaron ellos el viaje. Valientemente, aunque con mucha dificultad, siguieron el camino sobre el hielo. Pero después de haber marchado por una semana, repentinamente el trineo que llevaba la comida llegó a una capa delgada de hielo que se quebró bajo su peso y tanto el transporte como las provisiones se perdieron. Agobiados y cansados, los misioneros siguieron adelante con determinación, pero pronto se dieron cuenta de que se hallaban en una posición desesperada, a más de tres semanas del lugar que se proponían alcanzar. Desconocían por completo esas regiones y nada pudieron hacer para remediar su situación. Finalmente, cuando el alimento les faltó y ya estaban agotados físicamente, di órdenes y en corto tiempo se levantó un viento huracanado. La nieve caía como una ventisca que enceguecía y antes del alba, gracias al hecho de que usted, mis señor, es el Príncipe de las Potestades del Aire, ya habían sucumbido y muerto congelados. —¡Excelente! ¡Espléndido! Me ha rendido un buen servicio —aprobó el querubín caído con una expresión de satisfacción en su rostro que una vez fuera hermoso—. ¿Y qué tiene usted para informar? —continuó dirigiéndose al príncipe del Tíbet, que había escuchado la conversación con evidente satisfacción. —Yo también tengo algo que llenará de gozo a su majestad —contestó el aludido. —¿Se ha hecho también alguna tentativa de invadir su reino, mi príncipe? —preguntó Satanás con creciente interés. —Por cierto que sí —respondió el príncipe. —¿Cómo? Cuénteme todo —ordenó Satanás con viva curiosidad. —Me hallaba en cumplimiento de mis deberes en el corazón del Tíbet —explicó el príncipe—, cuando me llegaron algunas noticias sobre una agencia especialmente organizada para introducir el evangelio en mi Reino. Debe saber, mi Señor, que me puse alerta enseguida. Reuní a mis fuerzas con el fin de discutir la situación y pronto acordamos un plan que prometía éxito completo. Con admirable determinación, dos hombres de la Agencia Misionera viajaron a través de la China y se atrevieron a cruzar la frontera y a entrar en la Tierra Prohibida. Les permitimos seguir su viaje por unos tres días y luego, justamente cuando oscurecía, dos perros salvajes de aquellos que se hallan por todas partes de esas regiones los atacaron. Con tremenda desesperación se defendieron, pero finalmente uno fue vencido y muerto por los perros. El otro, protegido por fuerzas invisibles que no pudimos conquistar, pudo escapar. —¿Escaparse? —gritó Satanás, haciendo un horrible gesto—. ¿Escaparse? ¿Pudo llegar hasta ellos con el mensaje? —No, mi Señor —respondió el príncipe del Tíbet con una nota de ...
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