En los comienzos de Julio siempre hubo un lugar adonde querer ir. Las ganas de llegar a toda la gente y una familia con la que aprendió a ver más allá, se transformaron en un interminable ida y vuelta de estar en el momento justo para ayudar y demostrarnos que si uno puede llegar, todos pueden llegar.

En ciertos momentos de la vida puede resultarnos difícil tomar una decisión. ¿Cuál es nuestro límite? ¿Qué tan sinceros somos con nosotros mismos? ¿Podemos ver lo que imaginamos para el futuro y hacerlo a nuestra manera?

¿Y si es una manera de volver? ¿De empezar a relacionarnos de nuevo con la realidad cotidiana, recuperar esa parte que a veces tenemos que dejar de lado y descubrirnos otra vez para aceptar nuevos desafíos que nos hagan crecer?

Nos subimos a un avión con Julio para conocer qué está pasando allá afuera. Durante el viaje surgen cuestionamientos sobre el desafío de defender la danza por el mundo. Aprendemos que volar, más que un riesgo, es seguir lo bueno que hizo el otro y generar cosas nuevas y diferentes.

Puede que no lo sepamos, pero todos somos parte de una compañía. Eso es lo que Julio intenta transmitir cada vez que hace hasta lo imposible, para darnos a bailarines, maestros, técnicos y público la oportunidad de crecer cotidianamente.

Vamos a descubrir que hay nuevas formas de bailar. Desde el lugar que nos toque estar, podemos pensar cómo nos relacionamos con nosotros mismos y con los demás para seguir aprovechando cada día al máximo.

Salen o no salen las cosas, Julio siente que un director tiene que estar. ¿Te imaginás a qué se refiere? Revivimos sus momentos al frente de una compañía y nos enteramos qué hace quién está en ese lugar.

La danza después de la danza es mucho más de lo que podemos imaginar ¿Conocernos a nosotros mismos? ¿Encontrar nuestra personalidad? ¿Saber adonde ir a pedir ayuda? ¿Interpretar? ¿Aceptar? ¿Aprender a decir que…? La danza después de la danza es todo eso que viene desde siempre y siempre va a ir hacia algún lugar.