En este cuarto capítulo, el Padre José reflexiona sobre el llamado de Mateo, resaltando cómo Jesús no hace distinciones y viene a buscar a los pecadores. Nos invita a ser como Jesús, abiertos a los demás y dispuestos a recibir a quienes se acercan, recordando que en la Iglesia hay lugar para todos.

En esta reflexión, el Padre José nos invita a ser luz en nuestras vidas, recordando que la fe no es para esconderla, sino para compartirla con los demás. Nos habla de la importancia de vivir el amor de Dios en lugar de solo aparentar ser cristianos, destacando que en nuestras acciones y en cómo tratamos a los demás es en donde se muestra nuestra fe.

El padre José critica la hipocresía de los escribas y fariseos, quienes priorizan las reglas sobre el bienestar de las personas. Usando el ejemplo de Jesús sanando a un hombre en sábado, señala que hacer el bien no tiene días ni reglas. Las leyes deben surgir del amor y la compasión, no del rigor. Pide a Dios que nos dé corazones de carne, capaces de amar y hacer el bien, sin rigidez ni fundamentalismo.

En esta primera reflexión, el Padre José nos habla sobre la importancia de ser auténticos en nuestra fe, no solo aparentar. Nos invita a construir nuestras vidas sobre valores sólidos y a demostrar con acciones lo que creemos, recordando que lo que cuenta es hacer el bien, no solo decir que seguimos a Dios.