Nació pobre y acabó siendo el más rico. Su inquebrantable ambición y su extrema dureza en la gestión de los negocios le llevaron a forjar un gigantesco imperio forjado en el acero.

Instalado en la tierra prometida de Estados Unidos a mediados del siglo XIX, Andrew Carnegie comenzó su trayectoria como el chico que repartía las bobinas en una fábrica de algodón. Fue después mensajero de la empresa de telégrafos, donde su carácter despierto y avispado le hizo ascender posiciones. Recaló más tarde en la compañía ferroviaria de Pensilvania, donde comenzó a hacer carrera. En su escalera hacia el éxito, el patriarca de la familia Carnegie realizó inversiones muy rentables con bonos de compañías ferroviarias y productos siderúrgicos.

Tanto que le permitieron poner en marcha su propia compañía,Carnegie Steel, que comenzó como una fábrica en Pittsburgh (Pensilvania) para acabar convirtiéndose en la mayor empresa siderúrgica del mundo.

Clara Ruiz de Gauna, redactora jefe del periódico y autora de la saga sobre los personajes que han hecho historia en el mundo financiero que se publica todas las semanas en EXPANSIÓN, y los redactores del periódico Amaia Ormaetxea y Antonio Santamaría analizan el legado de este genio de las finanzas.

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