• Yo nunca seré mayor

  • Jul 11 2024
  • Length: 20 mins
  • Podcast

  • Summary

  • NUNCA SERÉ MAYOR Las amenas tardes, empezaban a ser más interesantes cuando la luz del día dejaba paso a la nocturna de las farolas, volvíamos raudos a casa esperando estar todos los hermanos para reunirnos junto a la chimenea, al chisporrotear de leños por el fuego, acariciándonos la calidez que llenaba el salón de casa al adentrarse la noche. Acurrucados unos al costado de los otros, por el frio, por el miedo que esperábamos, por las historias que uno de los más mayores se disponía a contar hasta recibir la orden de papá, de irse para la cama. Esa noche sería una premonición, nos encantaba descifrar cosas de nuestros sueños y deseos cuando llegáramos a ser mayores. Las carcajadas al descubrir cada uno de esos deseos entre los hermanos eran de todos los volúmenes ante el constante grito de mamá desde la cocina, pidiéndonos silencio, pero las risas eran casi imposibles de silenciar. Había de todas las futuras profesiones en ese grupo de hermanos ocho en total entre chicos y chicas los que configurábamos esa familia en aquellos tiempos, a veces de alegría y de desastre casi siempre. Mari sería peluquera la toga y plancharse el pelo era su especialidad, Paco sería payaso, acabó peritaje industrial unos años más tarde, Diego era mellizo de Ana y su deseo el más pintoresco le encantaba limpiar los zapatos, tal es así que papá le hizo su propia caja de limpiabotas, después sorprendió su magnífica aptitud para el arte plástico siendo un escultor premiado a nivel nacional. Ana melliza de Diego, despuntaba por lo folclórico, recuerdo como tocaba el laúd, pocos años después, formaría parte de aquellos grupos de coros y danzas de la ya ancestral “Sección Femenina” que cada barrio tenía para su entretenimiento, sirviendo de escuela a los más pequeños y herencia de costumbres particulares de cada pueblo, yo quería ser torero, así que los Reyes Magos no tuvieron más remedio que surtir mis regalos de Navidad, uno de aquellos trajecillos brillantes, resbaladizos, de colores que en su momento ni un miura hubiera deseado tener en el albero de la gran plaza que me imaginaba. Al hacerle la pregunta a la más pequeña Pili, una niña a la que mi madre siempre decía, que parecía una vieja por comentarios adelantados a su edad, entonces tenía tres años, cosas de esas que no se nos ocurría a ninguno de nosotros que la superábamos en edad con diferencia. Su respuesta cayó como una losa ante la sorpresa, el ambiente cálido del salón y los “podéis bajar la voz “… de mi madre. Se pudo mascar el silencio cuando al ¿tú que quieres ser de mayor? Esa niña de tres años con la paz que da ser ese ángel viejo, como decía mi madre, espetó… “Yo nunca seré mayor” ¡Que verdad es esa que las abuela del lugar solían decir cuando una pequeña nos dejaba!, cuando la veíamos como dormida sobre su lecho infantil, rodeada de todas sus muñecas, de sus juguetes y esos dibujos entrañables que quedan a medio hacer sobre su mesita de noche, y decían aquello “era tan buena, que Dios la quiso para él”. Yo con mis diez años casi recién cumplidos, no entendía muy bien cuál era el motivo, ese de que Dios la quisiera para él, tan pequeña, tan bonita y lista, con tantos Ángeles, Arcángeles, Serafines y Querubines guardianes del cielo, como ya dicen que tiene allá en lo alto a la derecha del padre como nos contaba el padre Vito en la catequesis. Ese fue el peor momento de mi niñez, tener conciencia de que un Dios pudiera dejarnos esa injusticia incomprensible, ese golpe seco, el mal sabor de boca enjugando las lágrimas que resbalaban por nuestras mejillas, sin entender el porqué. Aquel sueño me hizo ver que no había sido la pérdida del ángel más pequeño de nuestro grupo familiar de su futuro frustrado, a mi pequeño entender el paso definitivo a esa mariposa que veíamos en Peter Pan, una campanilla que volaba a un futuro mejor, creo que fue envidia lo que sentí después de escuchar lo que conto la mayor de los hermanos de su sueño al poco de la marcha de Pili, la más pequeña del clan familiar. El grito de sorpresa al verla subir sonriendo por una escalera a la vez que saludaba en ese gesto de cuando te vas de viaje a algún sitio deseado, como siendo ganadora de un premio que los demás no hubiéramos conseguido, acompañada por una luz como parte del attrezzo de un decorado celestial, casi entre brumas. Nunca tuve el deseo de saber dónde sembraron sus restos, siempre esperé que de ellos creciera una flor blanca, luminosa, radiante y sabia, tal como fue su corto paso por la futura e incierta existencia, la del resto de todos nosotros. El amanecer volvió a ser uno más, como si nada hubiera pasado, un seco silencio en la casa, nos mirábamos como extasiados, fuera de nosotros, nadie quería ni abrir la boca, ni preguntar cómo se sentían los demás, llevábamos esa sensación entre tristeza y alegría, como herencia de la paz que aquella sonrisa ...
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