Episodios

  • EL CASO DE LIZZIE BORDEN. V
    Mar 2 2024

    Al día siguiente, los testigos cumplieron su cometido y el defensor Robinson el suyo.

    El ex gobernador era un abogado de talento natural y madura experiencia. Conocía el mundo; era un agudo juez de sus semejantes; era hábil en los interrogatorios, su inteligencia era sutil, sus expresiones sencillas; no solamente comprendía a los demás, sino que hacía que los demás comprendieran.

    En el juicio de Borden, su interrogatorio más importante fue el de Bridget Sullivan, la criada irlandesa. Difícilmente podrá ser mejorado.

    Bridget no era de ninguna manera una testigo vulnerable. No era tonta ni bribona, pero, como casi todos los seres humanos, era capaz de dejarse sugestionar y susceptible de equivocarse. Robinson, discretamente, hizo sus propias sugerencias y sin piedad explotó los errores de la mujer.

    Empezó pidiendo la ayuda de Bridget para combatir la idea de que las relaciones de la familia Borden estuviesen destruidas por falta de comprensión. No se podía prever hasta dónde podría llegar por este camino y merece observarse cómo cada pregunta pone a prueba o prepara un lugar para la siguiente.

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    22 m
  • EL CASO DE LIZZIE BORDEN. IV
    Feb 4 2024

    No hubo ninguna tentativa de secreto o de engaño, ningún hecho oculto por la oscuridad de la noche. Ella procedió bien abiertamente, a la luz del día, delante de testigos. Para una mujer inocente, su comportamiento fue extraordinariamente ingenuo; para una culpable, extraordinariamente tonto… o, como en los cuentos de G. K. Chesterton y de Poe, extraordinariamente hábil en su verdadera ostentación. Pues Lizzie había sido prevenida de que debía cuidarse. El sábado a la tarde el alcalde de Fall River le había informado expresamente que estaba bajo sospecha.

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    10 m
  • EL CASO DE LIZZIE BORDEN. III
    Jan 27 2024

    El juicio de Lizzie Borden, demorado por varias formalidades de la ley, tuvo lugar en New Bedford en junio de 1893. Duró trece días.

    Los lectores ingleses, recordando la farsa de Monkeyville o las animadas escenas forenses filmadas en Hollywood, podrían, disculpablemente, esperar que el juicio de Borden tuviese su parte de cómico y de burlesco. Todo lo contrario. Desde el principio hasta el fin, en todo momento y en todo plano, los procedimientos fueron conducidos con una dignidad natural rara vez alcanzada en cualquier país o época.

    Tres jueces se sentaron en el tribunal: el presidente Masón; el juez Blodgett y el juez Dervet. Por el Estado —que equivale a la Corona— figuraba Hosea Knowlton, fiscal del distrito, ayudado y acompañado por William Moody, un colega procedente de un distrito vecino. George D. Robinson, un ex miembro del Congreso y ex gobernador del Estado, con Andrew Jennings y Melvin Adams completaban el equipo a cargo de la defensa.

    El ojo moderno que encuentra a un abogado patilludo apenas menos extravagante que un músico calvo, hubiese encontrado algo muy cómico en el refinado despliegue de flecos, bigotes y patillas que se veían en la fila de los asesores en el juicio de Lizzie Borden. Pero los abogados que ostentaban estos adornos estaban lejos de ser figuras cómicas. Eran maestros de su complicado arte, astutos en las tácticas, diestros en el argumento, hábiles en el interrogatorio, elocuentes en el discurso. La defensa contestaba enérgicamente cada punto y aprovechaba cada ventaja admitida por los reglamentos. Al hacerlo tuvo cuidado de no apartarse jamás de la norma más elevada de la práctica forense. La acusación, al tiempo que hacía un esfuerzo para ocultar la repugnancia y el disgusto con que participaba en el caso, no permitía que aquella repugnancia o este disgusto influyeran e impidieran el desempeño efectivo de su triste deber.

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    11 m
  • EL CASO DE LIZZIE BORDEN. II
    Jan 20 2024

    Aun si el caso hubiese terminado bruscamente ahí, si no se hubiese presentado acusación contra nadie, Massachusetts habría pasado algunas semanas de agitación. Si algún vagabundo hubiese sido acusado de los crímenes, su juicio y el fallo que sellara su destino habrían proporcionado meses de viva discusión a toda América. Pero cuando —después de siete días de declaraciones, durante las cuales gradualmente tomó forma lo increíble— la policía de Fall River arrestó a Lizzie Borden, el caso en seguida adquirió un sello completamente diferente. Trascendió los límites geográficos y elegantes; alcanzó la perpetuidad en el tiempo e interesó a todo el mundo.

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    9 m
  • EL CASO DE LIZZIE BORDEN. I
    Jan 13 2024

    Todo se combinó para hacer que esta tensión sobre lo creíble fuese casi insoportable. En el nivel moral más bajo del siglo XVIII, alguna desaliñada ramera, como las que describe Hogarth, pudo haber cometido estos asesinatos en algún fétido arrabal y contar todavía con la incredulidad haciendo vacilar al jurado más irreflexivo. Pero esto no ocurrió en el siglo XVIII, sino en 1892. No era una mujer de la calle la que enfrentaba al jurado, sino la muy respetada hija de un hombre muy respetado. Y el marco no era Gin Lañe o Seven Dials, sino Fall River, Massachusetts, en lo más profundo del corazón puritano de Nueva Inglaterra.
    Fall River era, en esa época, un lugar bastante agradable, más o menos del tamaño del Cambridge moderno y parecido a una ciudad universitaria en su fuerte sentido de comunidad. La gente sentía mucho interés por los asuntos de los demás. Todos conocían de vista a los ciudadanos dirigentes y a los funcionarios principales. Los temas de la ciudad interesaban más que la política nacional y los oriundos de Fall River reconocían como aristocráticas, no a las lejanas cuatrocientas familias de Nueva York, sino a las viejas familias yankees que vivían en su medio.
    A esta élite local pertenecían los Borden, con Andrew Jackson Borden a la cabeza.

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    7 m
  • EL CASO DE LIZZIE BORDEN. INTRO
    Jan 6 2024

    LA ACUSACIÓN contra Lizzie Borden era inconcebible y esto constituyó la fuerza de su defensa. No importa cuán convincente fuera la prueba, ni cuán honestos fueran los testigos. ¿Cómo podía alguien creer en la teoría de la acusación? Que una mujer, educada en un ambiente tranquilo y decente, planeara un ataque criminal contra su madrastra; que lo llevara a cabo en la casa familiar, con tal fuerza cruel y endemoniada que la cabeza de la víctima quedó reducida casi a una pasta; que, después de contemplar su obra repugnante, tranquilamente esperara una hora o más hasta que regresara su padre y entonces lo matara con mayor violencia aún, tanto que los mismos médicos se estremecieron a su vista; que al despertar de esa carnicería tan inhumana no perdiera el dominio de sus nervios, ni sintiera el aguijón del remordimiento: todo esto es una historia imposible de creer.

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    1 m
  • EL CASO DE EDITH THOMPSON: EL FINAL. IV
    Dec 29 2023

    «Nosotros mismos vivimos y morimos en los libros mientras los leemos y, cuando los hemos terminado, los libros mueren y nosotros vivimos… ¿Hasta cuándo…? ¿Quién lo sabe…? No somos los forjadores de nuestros destinos».

    El veredicto del caso Thompson es ahora reconocido como malo y el tribunal de donde surgió permanece como un ejemplo de los males que se pueden desprender de una actitud mental.

    No fracasó la ley; no fracasaron los procedimientos; en ningún momento se dejó de actuar de acuerdo con todas las reglas. Pero, desde el principio hasta el fin, faltó la comprensión humana. No se logró captar y comprender una personalidad no contemplada en los textos legales comunes y que en vida se vio impulsada por fuerzas más poderosas y eternas que las que se estudian en las escuelas de derecho.

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    27 m
  • EL CASO DE EDITH THOMPSON.III
    Dec 9 2023
    La causa del Rey contra Bywaters y Thompson se inició en el Old. Bailey el 6 de diciembre de 1922. Una fila de conocidos abogados estaba frente al juez Shearman. Sir Henry Curtís Bennett, que rivalizaba entonces con Marshall Hall en la estimación pública como abogado defensor, fue nombrado para hacerse cargo de la defensa de Mrs. Thompson. Mr. Cecil Whiteley, un abogado ágil y enérgico, se encargó de la poco menos que desahuciada tarea de representar a Bywaters. La Corona creyó adecuado nombrar a un funcionario legal, paso que le aseguraba el derecho a la última palabra. Esta elección recayó en Thomas Inskip, un abogado erudito que en los vaivenes de la política había sido designado procurador general. Se puede pensar que este caso no era una tarea que agradara a Inskip. Sus aptitudes eran mal empleadas, sus defectos expuestos. Desplegó tan poca comprensión de los impulsos y debilidades humanos como después lo demostró en la estrategia cuando fue ministro de Defensa. El interés en el juicio no se limitó a aquellos que, sedientos de sensacionalismos o por pura curiosidad lasciva, jamás pueden resistir el doble señuelo del asesinato y de lo sexual. La inusitada solución que debía hallarse, el hecho de que ésta dependía del temperamento, el convencimiento de que Mrs. Thompson era una mujer altamente dotada que, inocente o no, compensaría con creces el tiempo que se dedicara a estudiarla, todo esto formaba un abismo entre el caso y un juicio común de asesinato como el abismo que existe entre un cuento policial común y uno de Graham Greene. Fueron atraídos al tribunal tanto lo mejor como lo peor y tomaron asiento, entre los asistentes reunidos para el drama, varias figuras notables de la literatura y de Fleet Street. El drama se inició en las circunstancias menos dramáticas. El escenario había sido preparado y los personajes presentados. Bywaters y Mrs. Thompson habían sido traídos al recinto y de todos los ángulos las miradas se clavaban en ellos como si fueran un par de estrellas de cinematógrafo. Las doce personas que habían de juzgarlos habían respondido a sus nombres y todo parecía dispuesto para una gran batalla forense. Sir Henry Curtis Bennett habló entonces en tono firme y tranquilo. El juez dio una breve orden. Un funcionario condujo a los perplejos jurados fuera de la sala. La defensa presentaba una objeción preliminar y deseaba discutir sobre un punto legal. Esta incidencia ocurrió, como ocurre con tales incidencias, en una atmósfera engañosa de calma académica. Los puntos legales no se plantean para satisfacer la sed pública de clamoreo y agitación. Pueden ser, sin embargo, tan fatales como los más espectaculares debates. La rutina varía rara vez: una exposición erudita de un abogado, rebatida luego por otro, seguida de extensas lecturas de libros voluminosos, una o dos citas en latín y, para terminar, el pronunciamiento del juez que puede crear un precedente y terminar con una vida. La importancia del punto legal de Sir Henry no era exagerada. Sostenía que las cartas, las muy importantes cartas, no podían admitirse como pruebas y debían ser excluidas del juicio. Las reglas que rigen la aceptación de pruebas son todo un misterio para el hombre de la calle, propenso a pensar que son tretas de abogados. Esta opinión es injustificable. Aunque algunas veces parecen —y a veces lo son— mecánicas y arbitrarias en su funcionamiento, estas reglas se basan en una larga y rica experiencia de lo que se necesita para proteger al individuo. Confiar en ellas no revela culpa ni debilidad; es un reclamo del derecho natural de un ciudadano británico. Invocar el auxilio de cualquier ley que pudiese cerrar la puerta a las cartas era la evidente obligación del abogado de Mrs. Thompson. El éxito en esto sería decisivo. No habría otra prueba, ni necesidad de otros argumentos, ni elementos peligrosos. Si se podía negar a la Corona el derecho de leer y utilizar el conjunto de cartas que sir Thomas Inskip incluía en su alegato, el juicio contra Mrs. Thompson estaba virtualmente terminado. La exposición de Curtis Bennett fue necesariamente técnica, de interés sólo para los estudiosos del derecho. Brevemente dijo que las cartas, por su naturaleza, sólo podían arrojar luz sobre una intención; que la intención no es una prueba, si no hay un acto que la explique; que la Corona no podía probar ni había tratado de probar que Mrs. Thompson tomó parte en el asesinato. Por lo tanto, dijo Curtis Bennett, las cartas no vienen al caso y, en consecuencia, no deberían ser admitidas en la prueba. —Pero —dijo el juez— se afirma que la acusada estuvo presente en el asesinato. ¿Las cartas no son prueba, entonces, de su intento criminal? —No, señor Juez —dijo Curtis Bennett—, no son en esta acusación. Estoy de acuerdo —agregó— en que no podré oponerme a que se presenten las cartas en el segundo cargo. (En realidad había cinco cargos ...
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    21 m