Homilías de cuatro minutos

De: Joseph Pich
  • Resumen

  • Homilías cortas del domingo
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  • La Asunción de la Virgen
    Aug 14 2024

    La Asunción de la Virgen

    Hoy celebramos la fiesta de la Asunción de la Virgen María al cielo. ¿Qué podemos decir que pasó en ese día? No tenemos mucha información. San Juan fue testigo ocular y no nos dijo nada. Él nos narró muchas cosas de la vida de Jesús, con toda clase de detalles, pero no quiso decirnos mucho de la vida de María en la tierra. Ella es también nuestra Madre y nos hubiera gustado conocer más de ella. Sin embargo, San Juan prefirió el silencio. Nos era necesario conocer cómo Jesús dio su vida por nosotros, pero no necesitábamos saber cómo nuestra Señora subió al cielo. Es mejor para nuestra imaginación. La podemos dejar más libre. Le costó mucho tiempo a la Iglesia declarar el dogma, en 1950. Ahora podemos dejar que nuestra imaginación vuele con la Virgen al cielo.

    Los Evangelios Apócrifos, esos libros escritos por los primeros cristianos para intentar llenar las lagunas dejadas por los Evangelios originales, dicen que los apóstoles volvieron a decir adiós a nuestra Madre. Dicen que cada uno volvió en una nube, primero San Pedro y luego San Pablo. Quizá San Juan no nos lo dijo porque no le hubiéramos creído. Santiago ya estaba muerto y Santo Tomás, como siempre llegó tarde, porque volvió desde la India. Entendemos que quisieran volver a despedirse. Hoy es un buen día para hacerlo.

    Hay un debate entre los teólogos acerca si la Virgen antes de irse al cielo, murió o se quedó dormida. A ella le hubiera gustado seguir a su Hijo, y morir en la cruz con él. Pero Jesús, como buen hijo, no quiso dejarla que sufriera una muerte tan cruenta. No hay hijo que quiera que su madre sufra. No creo que Jesús quiso que su madre muriera. Dios la quería cuerpo y alma en el cielo, sin que su cuerpo tan hermoso sufriera corrupción. Por eso se durmió dulcemente. Así es como los santos se mueren, durmiéndose poco a poco, de una manera simple y bella. Mueres como vives. Hay una fiesta muy antigua en la iglesia ortodoxa que se llama la Dormición de la Virgen, que data del siglo sexto. La tradición dice que cuando se durmió la pusieron en una tumba, pero cuando llegó Santo Tomás y la quiso ver, la encontraron vacía. No tenemos reliquias del cuerpo de la Virgen.

    ¿Cómo voló al cielo? Dios tiene sus medios. Dicen que fue un transporte de amor. Cuando el amor es muy intenso, puede hacer cosas que la razón no acaba de entender. El amor es loco, soporta todo, alcanza todas las cosas. El amor puede viajar a través del tiempo y del espacio. Podemos viajar con nuestra mente a través de la gente que queremos. El amor encendió los motores de su alma y la subió hasta el cielo.

    La tradición dice que cuando la Virgen subió a los cielos, el velo que cubría su belleza para que no cegara a los humanos, comenzó a levantarse, y dejó deslumbrados a los santos y a los ángeles. Nunca habían visto alguien como ella, ni siquiera en el paraíso. El libro del Apocalipsis intenta describirla, precisamente con palabras de San Juan: “Una señal apareció en el cielo, una mujer vestida de sol, la luna debajo sus pies, y una corona de doce estrellas en su cabeza.” No creo que sea posible describir mejor la belleza de nuestra Madre. Al final San Juan abrió un poco su alma para decirnos algo de ella.

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  • 19 Domingo B El pan de vida
    Aug 8 2024

    El pan de vida

    Seguimos hoy con el capítulo sexto del evangelio de San Juan. Es el tercer domingo que lo leemos y todavía nos quedan dos domingos más. Jesús va poco a poco profundizando en el misterio de la Eucaristía. Podemos mirar a esta verdad de nuestra fe desde los tres lados de un mismo triangulo: como la Misa, el sacrificio redentor, como comunión, el alimento del alma, y como presencia real en el sagrario. Hoy me gustaría centrarme en la Misa. Tiene dos mil años de historia y se remonta a la primera Misa en el Calvario. Eso es lo que es: la renovación del sacrifico de la Cruz.

    No amamos lo que no conocemos. ¿Por qué hay tantos católicos que no van a Misa? Porque no saben lo que es, nadie se lo ha explicado bien. Hay muy buenos libros acerca de la Santa Misa. ¿Cuándo fue la última vez que leímos uno de esos? Hoy me voy a centrar en una frase concreta, para desentrañar su significado. En latín Dominus vobiscum. El Señor esté con vosotros. Lo hemos escuchado muchas veces y respondemos automáticamente: Y con tu espíritu.

    Si te pregunto cuántas veces lo dice el sacerdote, no creo que puedas decírmelo. Aparece cuatro veces, y cada vez el sacerdote recuerda una realidad distinta. La traducción del latín no es fácil, pues no utiliza el verbo. Con lo que puede decir que el Señor está aquí, una constatación de su presencia, o que el Señor esté aquí, un deseo de que esté con nosotros. Dos realidades distintas en una misma expresión.

    La primera vez aparece al principio de la Misa, como una forma de saludo. El sacerdote no solo saluda a la congregación, sino que saluda a toda la Iglesia. Todos estamos allí presentes, aunque no hubiera nadie asistiendo a esa Misa. Nos afecta a cada uno de nosotros, a toda la creación, el universo entero. El sacerdote nos recuerda a Cristo presente: “Donde hay dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.” Jesús está realmente presente, no es solo un deseo. Nuestra respuesta expresa nuestro deseo de estar con él: Y con tu espíritu. La segunda vez que el sacerdote emplea esa expresión es antes de leer el evangelio, anunciando que está aquí en la palabra, el Logos. Jesús nos va a hablar a través de las escrituras. Por eso en las Misas solemnes traemos el libro del evangelio en procesión. Después de leer el evangelio, el sacerdote besa el libro diciendo: Las palabras del evangelio borren nuestros pecados.

    La tercera vez es al principio del Prefacio. Es un recuerdo de que vamos a comenzar la Plegaria Eucarística, el momento en el cual Jesús viene al altar. Levantad el corazón, que el Señor viene. En este momento el sacerdote desaparece, y es Jesús el que pronuncia las palabras de la consagración: este es mi cuerpo. Dios nos dice que nos descalcemos los pies, estamos entrando tierra sagrada, como Moisés en frente de la zarza que ardía sin consumirse. La última vez es en la bendición final. Después de comulgar tenemos a Jesús dentro nosotros. Si al principio de la Misa nos reunimos juntos para reconocer la presencia de Jesús entre nosotros, ahora somos enviados a traer a Cristo a los demás.

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  • 18 Domingo B Danos de este pan
    Aug 2 2024

    Danos de este pan

    Los Evangelios de estos domingos están relacionados, siguiendo uno al otro. La semana pasada asistimos al milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Ahora estamos en el capítulo seis de San Juan donde Jesús va a tocar el tema más difícil de su predicación: la Eucaristía. Es complicado, no solo por el tema mismo, sino también porque los judíos no comían ciertos tipos de animales, y tenían que extraer su sangre antes de comerlos. Jesús aprovecha el milagro para explicar la Eucaristía, con esperanza de que, al haber visto su poder, le escucharán. Fue un milagro dirigido a esta, relacionado con el pan y la alimentación.

    Hemos leído en la primera lectura del libro del Éxodo, cómo Dios hizo llover pan del cielo, durante la migración de los Israelitas por el desierto. Murmuraron contra Dios, protestando a Moisés que en Egipto tenían todo el pan que querían, y ahora iban a morir de hambre. Cuando se levantaron por la mañana, se encontraron que el suelo estaba cubierto de algo como el rocío, y preguntaron: ¿Qué es esto?, que en hebreo se pronuncia ‘Maná’. Nosotros también deberíamos hacer la misma pregunta cuando vamos a Misa y el sacerdote nos enseña la Eucaristía ¿Quién es este? ¿Qué poder tiene este pan?

    El Evangelio comienza con una multitud de gente buscando a Jesús. Después del milagro, Jesús se fue al otro lado del lago, a Cafarnaúm, porque querían hacerlo rey. Jesús se mueve por diferentes partes del lago, para evitar a la gente. También nosotros buscamos a Jesús y él se sigue escapando de nosotros. La verdad es siempre elusiva y difícil de conservarla. Cuando la muchedumbre logra encontrarlo, les dice que le buscan, no por si mismo, sino por la comida maravillosa del día anterior. Nos pasa a nosotros también; muchas veces lo buscamos no por él, sino por lo que puede hacer por nosotros, por lo que pensamos nos hará felices. Nos olvidamos de que sólo Jesús puede satisfacer todas nuestras necesidades.

    Los judíos le pidieron a Jesús un signo, el mismo que Moisés dio a sus antepasados, el pan del cielo. Jesús les dijo que fue su padre el que les envió el maná. Así le dijeron: “Señor, danos siempre de este pan.” Es una buena petición. También nosotros se lo pedimos: danos de este pan. Pero no como los judíos, que pedían un pan terrenal, sino un pan que dura para siempre, que nos sacia, cura y glorifica.

    Entonces Jesús les dice: “Yo soy el pan de vida; el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá nunca sed.” Ya no nos hace falta más el pan de trigo. Es un pan que no nos llena; estamos siempre hambrientos, buscando comida, sedientos y bebiendo en charcos. Jesús es el pan que necesitamos, el pan de verdad, el pan de vida, el agua viva que nos introduce en la vida eterna. Hoy hacemos la misma petición de los judíos: Señor, danos siempre de este pan. Ayúdanos a venir más a menudo a tu mesa, a la Misa, a darnos cuenta de que te necesitamos. No nos damos cuenta de que estamos hambrientos y no lo recibimos frecuentemente.

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